lunes, 4 de febrero de 2013

Yo los llamo príncipes.

Felipe, sí, como el príncipe que consigue despertar a la bella Aurora. Igual de fuerte, igual de valiente, con el mismo coraje, con el  mismo afán de superación. Ambos han de luchar. Pero aquí, la cosa cambia. Mientras que el Felipe que todos conocemos lucha contra una malvada hada convertida en un enorme, furioso y temible dragón. El pequeño Felipe lucha con un enemigo mucho peor. Un enemigo que consigue asustar solamente con recibir noticias de él. Un enemigo que no entiende de sexo, edad, personas a la hora de atacar. Se enfrenta a todos, y lamentablemente, suele acabar con todo. Se llama cáncer. 
Felipe y él llevan años enfrentados. Es una batalla que dura, dura y durará durante mucho tiempo. Es  luchar por convatir aquello que te está matando. Es luchar por vivir. 
Volverían a haber diferencias, pues se sustituye el poder despertar a una princesa, por el hecho de ganar la vida. 
Los suelen llamar niños de hospital. Yo los llamo príncipes. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Tú puedes.


Imagina más allá de donde tu vista alcance. Mira más allá de donde tu imaginación sea capaz de llegar nunca. Tú puedes. Sueña con aquello que desees. Sueña que puedes. Porque puedes. Tú puedes. Llega más allá de dónde tu imaginación sea capaz de llegar. Confía en ti. Tú puedes. Consigue lo que deseas. Desea lo que sueñas. Sueña tus deseos. Consigue tus sueños. Puedes. Tú, puedes.

Por favor, ayúdame.



    Su mano se acerca a mí.  Otro golpe. Al suelo. Me levanto, miro,  se acerca y me golpea. Sale de la casa. Otra vez sola. Voy al baño y me miro. Los golpes han hecho mella, aunque ya no duelan.  Intento salir. La puerta de entrada cerrada y las ventanas enrejadas; y el teléfono pinchado. Solo pueden entrar llamadas pero por desgracia nadie conoce el número de esta casa. Voy a por unos hielos, los golpes se inflaman. Y de repente, mi última esperanza, ese cuchillo. Pero no, no puedo decaer, debo olvidar estos pensamientos, ¡fuera!  Ring, ring. Ring, ring. No puede ser, el teléfono. ¿Sí?; Hola, ¿esta Sara?; No lo siento, no me cuelgue por favor, necesito que me escuche, estoy secuestrada en un piso de Zaragoza, la calle Riela, necesito su ayuda por favor señora; De acuerdo llamo a la policía enseguida; No, no puede hacer eso, tiene que venir sola, igual mi marido ya esta en casa, por favor sola; Esta bien, asómese usted como pueda, a la ventana, sobre las 17h. y haga señas de auxilio; Vale, mañana si nos hemos visto, llame usted a la policía, a la misma hora que hoy nos encontramos. Mi corazón volvía a sentir esperanza, por fin. Pasaban las horas. Las cinco. Me asomo a la ventana. Hay un grupo de gente a un lado de la calle. AL otro hay una señora con un teléfono móvil. Sin saber muy bien porqué, empiezo a sacudir los brazos. El teléfono. Hola; Hola muchísimas gracias eres mi esperanza; Mañana a la misma hora me paso con un agente; Gracias, de verdad.  Como llegaron las cinco, llega la noche, y de vuelta lo trae a el. Agresivo y borracho. Lo suficiente como para darle un golpe y que no se acuerde. Otra mañana igual. El con el puño cerrado y yo  tendida en el suelo. La puerta se vuelve a cerrar. Hielos, tiritas, sangre. Las 13h., 14h. ,15h. ,16h. ,17h. Me asomo, la veo. No soy consciente de lo que esta pasando, soy demasiado feliz de salir de esa casa. La tortura se ha acabado. Probablemente yo nunca seré la misma después de esto, pero ahora se que el tampoco lo será.